EL DOLOR ANTE LA PARTIDA DE UN HIJO Comentario al evangelio del domingo 5 de junio de 2016 10º ordinario Lucas 7,11-17.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Nos topamos ahora con una imagen sumamente conmovedora. Una madre lleva a enterrar el cuerpo de su hijo único, un joven. Ella es viuda y por ello quedará en el completo desamparo. ¿Quién no se ha sentido conmovido hasta lo más hondo del corazón en algún funeral de este tipo? Quizá muchos en esta sociedad sólo seamos espectadores de las luchas que mueven a tantos padres y madres que exigen justicia para sus hijos que ya no están con ellos: los padres de los 43, los de la guardería de Hermosillo, las madres de las muertas de Juárez (recuerdo con dolor el afán truncado de Marisela Escobedo), los padres y madres de todo nuestro estado cuyos hijos e hijas fueron privados de la vida en atentados por esa absurda guerra de bandas de narcotraficantes ante la cual el gobierno actuó con bastante indiferencia. Debemos ver estas luchas de padres y madres con el corazón de Jesús. No son movimientos políticos, son sus hijos los que los mueven.
Al escuchar este pasaje evangélico se vienen a mi memoria, a mi corazón, infinidad de rostros de madres que han perdido a sus hijos, unos por accidente, otros víctimas del ambiente de violencia, otros por enfermedades incurables. Y no me refiero tanto a los numerosos funerales que como sacerdote me toca celebrar, sino también a la cercanía que he tenido con muchas familias que sufren la desgracia de la partida de un ser querido que se va a tierna edad. Esas situaciones, esas lágrimas y penas que permanecen por años nos llegan a todos, a Jesús especialmente. Aquí se ve palpablemente que él no realizaba sus milagros para demostrar un poder sobrehumano. Lo que lo movía era la compasión. Lo primero que Jesús dice cuando se encuentra con el cortejo fúnebre, es: "no llores". Pobre mujer. El buen pastor tiene sus sentimientos, sufre con los que sufren. Pero sus sentimientos no se quedan en su corazón, son tan grandes y profundos que lo llevan a la eficacia.
Jesús se acerca al féretro y lo toca. Con esa palabra tan llena de la auténtica autoridad de Dios se dirige al muerto: "Joven, a ti te lo digo, levántate". Hasta los muertos se muestran obedientes a la palabra de Jesús. Quizá los vivos lo seamos menos. La autoridad de Jesús está al servicio de los que sufren, al servicio del pueblo. Jesucristo no ejerce su autoridad y su mando para imponerse sobre la gente, para hacer que le sirvan, para aprovecharse de ellos, o para alimentar su ego mandamás. La autoridad de Jesús es para salvar, para dar la vida.
El joven se levanta y Jesús se lo devuelve vivo a su madre. ¡Cuántas veces ha querido uno hacer lo mismo! Pero se necesita ser un gran hombre o mujer de Dios para hacerlo, como se lo decía aquella viuda al profeta Elías. A uno no le queda más que acercarse y participar del dolor de las familias afectadas por tan dolorosas pérdidas o separaciones, consolarlas con la Palabra de Dios, con la esperanza de la resurrección, con el agradecimiento a Dios que nos da a los seres queridos, por un tiempo corto o largo. Y si el tiempo que Dios nos deja a un ser querido es corto, no debemos dejar de agradecérselo. Porque Dios nada nos debe, sólo sabe dar con gratuidad.
Pero no debemos quedarnos ahí. La lucha por erradicar la muerte de nuestros jóvenes es una lucha cristiana, es una batalla por la vida. Es necesario transformar radicalmente nuestro mundo.
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