LA COMPASIÓN ES NUESTRA RELIGIÓN
Comentario al evangelio del domingo 10 de julio de 2016
15º ordinario
Lucas 10,25-37.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
En la primera lectura, Deuteronomio 30, escuchamos que Dios llama a su pueblo a estar atento a su Voz, a su Palabra, a llevar una vida de escucha, no superficial, sino de alma y de corazón. En el resto del capítulo nos dirá que esta escucha y obediencia a los mandamientos de Dios es el camino de la felicidad del pueblo de Israel. Y nosotros decimos que es el camino de la salvación de toda la humanidad. Los antiguos no conocieron las enseñanzas y mandatos de Jesucristo. Nosotros que los conocemos decimos que verdaderamente no son mandamientos que se imponen sobre las espaldas de la gente, sino un camino de salvación para toda la humanidad. Es lo que contemplamos hoy en el evangelio.
En la segunda lectura, san Pablo en su carta a los colosenses, se deshace en elogios a Jesucristo: Cristo es todo, imagen visible del Dios invisible, el fundamento de todo, todo tiene consistencia en él, él es la cabeza, el primogénito, la plenitud, la reconciliación. Así, con este fondo, clavamos nuestra mirada y nuestro corazón en el evangelio, en la persona de Jesús. ¡Qué pasaje tan bello, tan magistral el de hoy! Está para contemplarlo, para dejarnos hacer por él, para dejarnos hacer cristianos, dejarnos hacer Iglesia de acuerdo a él. Muchos hablan por eso de una Iglesia samaritana, no sacerdotal, no levita, no del templo.
En Marcos y Mateo, el escriba o fariseo pregunta por el primero de los mandamientos, por el más importante de la ley de Dios. Aquí el legista o doctor de la ley pregunta por la vida eterna. Y habla de ‘hacer’ y de ‘conseguir’, muy de acuerdo a su mentalidad judía, porque la vida eterna hay que conseguirla, hay que ganársela. Con Pablo le contestaríamos que la vida eterna es una gracia, un don de Dios. La respuesta de Jesucristo es ‘ser’, ser compasivo, antes de mencionar todas las cosas que, en consecuencia, hizo el samaritano. La compasión es de Dios, y es una gracia, lo vivimos así en este año de la misericordia. La compasión es nuestro mejor si no es que nuestro único culto.
Jesucristo consigue, en su muy propio estilo de ser Maestro, que el doctor de la ley conteste su propia pregunta. Y vaya que éste legista es un verdadero conocedor de la ley de Dios. No es Jesús el que contesta. El doctor de la ley da en el clavo, lo que conduce a la vida plena de cada persona, de todo este mundo, es el amor, el amor absoluto al Creador de todo, Dios, y el amor de criatura al prójimo, como a uno mismo.
Con esta respuesta no pensemos solamente en la vida después de la muerte, pensemos en esta vida plenamente vivida, que se prolonga hasta la eternidad de Dios. Amar a Dios y al prójimo de estas maneras, en verdad que es la vida, no la muerte; la salvación, no la perdición; la bendición, no la maldición para los seres humanos. ¿Por qué andamos buscando la felicidad en otra parte, en las cosas que perecen, en los bienes materiales, en el tener, en el poder, en el dinero, en la diversión? Ya lo hemos experimentado infinidad de veces a lo largo de la historia de la humanidad, eso no nos conduce a la vida.
Pero Jesucristo, gracias a la segunda pregunta, le ayuda a precisar a este doctor de la ley, porque los judíos pensaban que su prójimo era solamente el judío, el de su raza. Los demás no eran prójimos. Este conocedor de la Biblia hace precisamente esta pregunta: ¿quién es mi prójimo? Y Jesucristo le contesta no quién es, sino de quién y cómo debemos ser prójimos. Jesucristo siempre, en sus enseñanzas, nos lleva más allá, más al fondo de las cosas.
En estas frases: "vete y haz tú lo mismo”, "haz eso y vivirás”, nos está invitando a cada uno de nosotros, a toda la Iglesia, a toda la humanidad. Nuestra Iglesia tiene que cambiar estructuralmente, no sólo volverse caritativa en acciones aisladas, sino toda ella hacerse samaritana, cambiar sus prioridades. Ésta es la lucha del Papa Francisco. Por ello nos ha convocado a celebrar el año de la misericordia.
Así Jesús, nos está pidiendo que le demos prioridad a la compasión, al servicio al prójimo, muy por encima del culto, del rezo, del templo. Tomemos en cuenta que se trata de una parábola, es decir, que los personajes, los lugares, sus relaciones, son creados con toda intencionalidad por Jesucristo. Es Jesucristo mismo el que confronta culto y compasión, samaritano y funcionarios del templo.
Por otro lado debemos reconocer a Jesucristo en este samaritano compasivo. Jesús no era sacerdote, no estaba al servicio del templo, él se bajó a curar las heridas de este pueblo excluido, sabemos que él pagó más que dos denarios por la salud del pueblo.
Yo los invito a que no nombremos a esta parábola como ‘la parábola del buen samaritano’, porque no era la bondad, entendida de manera moralista, lo que lo distinguía sino la compasión. Mejor nombrémosla como ‘la parábola del samaritano compasivo’. |