Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
 
¿VINO JESÚS A TRAER LA PAZ A ESTE MUNDO?
Comentario al evangelio del domingo 14 de agosto de 2016
20º ordinario
Lucas 12,49-53.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Les repito las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: "He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega! ¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división”.
 
     ¿Qué nos parecen estas palabras? Jesús habla de prenderle fuego a este mundo. Nos extraña más cuando dice que no ha venido a traer paz, sino división. Como verdaderos discípulos quisiéramos entender el sentido y el alcance de tan incendiarias palabras. De ninguna manera quisiéramos suavizarlas, mal interpretarlas a partir de la comodidad de una ideología, teoría o religiosidad. Queremos acoger lo que Jesús nos quiere decir, con obediencia, y unirnos a su proyecto de mundo que se llama reino.
 
     Queremos entender que Jesucristo quiere calentar este mundo (a esta sociedad y a esta Iglesia). Sabemos que lo frío es inmovilidad, que lo tibio es mediocridad. Jesucristo viene a ponernos en movimiento, así como en movimiento se ponen las moléculas cuando reciben calor. A muchos en esta sociedad no les conviene que se muevan las cosas, y también en la Iglesia, quisieran que todo siguiera en su lugar, que todo estuviera tranquilo:
 
     En la Iglesia, cuántos quisieran que todo siguiera igual, que no hubiera cambios, que a nadie se le ocurriera cuestionar las costumbres y los ritos que por siglos hemos venido haciendo. Si le echamos un ojo a los santos evangelios, nos daremos cuenta que la religiosidad de Jesús era completamente contraria a esto que estamos diciendo. Él cuestionó las estructuras religiosas de su tiempo, incluido el templo de Jerusalén, lugar tan sagrado, incluida la ley de Moisés, que era la vida de aquel pueblo. Pero no sólo cuestionó, no sólo criticó, sino que ofreció un camino nuevo, no trazado sino por trazar. El camino era seguirle a él los pasos, de ninguna manera meternos en una nueva rutina.
 
     En la sociedad, cuántos quisieran que no hubiera movimientos sociales, que nadie saliera a protestar, que no hubiera paros laborales, que los pobres se conformaran con su suerte, que los campesinos se dedicaran a sembrar la tierra; que los estudiantes, a estudiar; que los obreros y empleados, a trabajar; que los empresarios, a hacer dinero; que los políticos se dedicaran a sus políticas, los curas a rezar, que el zapatero se dedicara a sus zapatos, lo dicen ellos cada vez que se les antoja apaciguar las cosas.
 
     Repetimos, ésa no es la religión de Jesús. Si de esa paz se trata, no es la de Jesús. Si las cosas están como están, si hay tanta injusticia en el mundo, tanta corrupción, es mejor no estar en paz.
 
     En estos últimos años las cosas se han apaciguado. Antes había movimientos estudiantiles, obreros, campesinos. ¿Saben cómo nos han tranquilizado? Con los satisfactores materiales. Eso del celular, del automóvil, de la computadora, internet, los mensajes de texto, las redes sociales, los cajeros automáticos, etc., nos han atrapado y nos han desviado la atención. ¡Despertemos! Al menos los cristianos ¡despertemos! Este mundo, por mucha tecnología que tenga, todavía no es el reino de Dios, todo lo contrario, nos estamos despersonalizando, nos estamos desintegrando como personas, como familias, como sociedad. Hay mucho trabajo que hacer. Jesucristo es el que más urgencia tiene de las cosas. A él le apura que este mundo ya se esté dirigiendo decididamente a su plenitud. Por eso deseaba en aquel tiempo ardientemente ser bautizado con el bautismo de la cruz. Y continúa deseándolo ardientemente, para nosotros.
 
     Si alguien piensa que los cristianos hemos llegado a descomponer las cosas, se engaña, las cosas ya están descompuestas, esta sociedad, esta Iglesia en su estado actual. Jesucristo ha venido y nos convoca a darle movimiento a esto aunque la división que ya vivimos soterradamente aflore a la superficie.
 

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