CAMBIEMOS NUESTRO MUNDO EGOÍSTA POR UN MUNDO COMPASIVO
Comentario al evangelio del domingo 25 de septiembre de 2016
26º ordinario
Lucas 16,19-31.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Con estas palabras del profeta Amós, que bien puede ser un profeta de nuestros tiempos porque las cosas no han cambiado mucho (desgraciadamente), nos prepara la Iglesia para abrir nuestro corazón al evangelio de hoy. Déjenme repetírselas: "¡Ay de ustedes, los que se sienten seguros en Sión y los que ponen su confianza en el monte sagrado de Samaria! Se reclinan sobre divanes adornados con marfil, se recuestan sobre almohadones para comer los corderos del rebaño y las terneras en engorda. Canturrean al son del arpa, creyendo cantar como David. Se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos, pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos. Por eso irán al destierro a la cabeza de los cautivos y se acabará la orgía de los disolutos”.
Ésta es la realidad que provoca que Jesús nos lance esta parábola tan sacudidora: esta sociedad con su economía tan injusta en la que algunos tienen de sobra en lo que se refiere a alimentación, vivienda, vestido, educación, bienestar y demás medios de subsistencia, frente a grandes capas de la población que carecen de los más elemental. ¿Qué piensa Dios de esto, qué siente? Jesús nos responde con la parábola. Él escoge los personajes: el rico, Lázaro, Abraham. Él describe la situación de cada uno, él pone palabras en boca de cada uno, es Jesús el que envía a cada uno a su destino final. Es en verdad una narración sorprendente. ¿Quién no se siente sacudido por esta parábola? Hasta el más pobre si hay alguien más pobre que él.
Que el rico, a la hora de su muerte, sea enviado al lugar de tormentos, no nos extraña, por egoísta, por consumista, por carente de compasión ante su hermano. Pero uno debe preguntarse, ¿por qué el pobre es enviado al seno de Abraham? No dice nuestro señor Jesucristo que acudiera asiduamente al templo, ni que rezara mucho, que pagara sus diezmos, que no cometiera adulterio ni contara mentiras. No habla Jesucristo de ninguno de los méritos del pobre. Él pone el acento en sus condiciones de vida: cubierto de llagas y hambriento.
Hemos de reconocer que Jesús envía al pobre al seno de Abraham por la pura compasión de Dios. La compasión es gratuita. Con esta parábola, Jesucristo nos invita en primer término a vivir la compasión y la gratuidad de Dios para con los que sufren en el mundo de hoy: los pobres de nuestras colonias, los enfermos, los discapacitados, los niños desamparados, las personas rechazadas, los migrantes, los adictos, los que padecen la violencia, y muchos etcéteras. Nosotros estamos habituados a hacer cuentas antes que nada: ¿por qué son pobres? Porque no trabajan, porque no se preocupan por sí mismos, por desidiosos, están enfermos porque posiblemente no se atendieron a tiempo; y en algunos casos dirán que cada quien se rasque con sus uñas, que para eso nos dio Dios capacidades a todos. Cuántos razonamientos más se harán tantas personas, las cuales seguramente también tienen sus muchas necesidades.
Hemos de aceptar que Jesucristo no se hace de inicio estos razonamientos. La compasión está en el primer término. ¿Tienen hambre, padecen otras necesidades? Eso basta para que sean destinatarios de la compasión de Dios, y de los cristianos, y de todo ser humano. Jesucristo nos está proponiendo en su misma persona el modelo del verdadero ser humano. A veces decimos que la principal cualidad del homo sapiens es el razonamiento. Nosotros decimos que es la compasión. Es lo que más nos asemeja a Dios. Este año santo de la misericordia nos tiene que servir para cultivar nuestra espiritualidad y toda nuestra vida en la compasión de Dios.
¿Jesucristo les está cerrando la puerta del reino eterno de Dios a los ricos? De ninguna manera. Al escuchar esta parábola más bien pensemos que nos está invitando a la conversión, a un cambio de nuestros corazones, a un cambio de nuestra sociedad y de nuestra economía. Si cambiamos, este mundo se salva. Si no cambiamos nos iremos todos al lugar de tormentos. Un mundo egoísta no puede tener otro destino.
Acojamos este llamado contundente de nuestro Señor y profesemos nuestra fe en su Palabra. |