ESTEMOS ATENTOS A LAS SEÑALES DE NUESTRO TIEMPO
Comentario al evangelio del domingo 13 de noviembre de 2016
33º ordinario
Lucas 21,5-19.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Estamos casi para terminar el año litúrgico. Hemos venido caminando detrás de Jesús desde Galilea. Pasamos por Jericó, subimos a la ciudad de Jerusalén, entramos al templo, Jesucristo expulsó a sus vendedores, entró en controversia con los notables del pueblo, y finalmente el evangelista nos ofrece este pasaje para hacernos ver que la cosa iba más en serio que solamente pelearse con los encargados del templo. El templo de Jerusalén era una construcción grandiosa, pero sólo una construcción de piedra que centralizaba inadecuadamente la relación de Dios con su pueblo. El templo aglutinaba el culto y la ley de Moisés, pero no canalizaba la salvación de Dios para su pueblo. Por ello Jesús profetiza: "Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”. Será destruida no sólo la construcción material, sino también la construcción cultual y legal como la manera de relacionarse con Dios.
En una ocasión, según el evangelio de san Juan, Jesucristo le decía a una mujer samaritana: "Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre… llega la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4,21.23).
Si Jesucristo nos dijera hoy que este templo en el que estamos va a ser destruido, que no quedará piedra sobre piedra, ¿qué sentiríamos? Ciertamente nos preocuparíamos mucho, porque ha costado años levantarlo. Pero si pensamos en que ya no va a ser necesario porque una nueva manera de relacionarnos con Dios está para venir, entonces tomaríamos ese anuncio con ilusión y esperanza.
Como nosotros, los discípulos le preguntan con preocupación cuándo sucederá esa destrucción y cuál será la señal que anuncie que ya va a suceder. La destrucción del templo de Jerusalén sucedió efectivamente el año 70, a cargo de los romanos, y hasta la fecha, a 2 mil años de distancia, lo único que ha quedado es una muralla donde llegan los judíos a lamentarse, las mujeres de un lado y los hombres del otro. Si le hubieran entendido los discípulos, la pregunta iría dirigida con ilusión, como se la haría yo personalmente: ¿cuándo se acabará toda esta construcción que nos hemos hecho nosotros, al margen de la voluntad de Dios? Me refiero no al templo sino a la Iglesia, tan calcada en las estructuras del poder mundano. ¿Cuándo llegaremos a ser en verdad una Iglesia que sirve a la salvación de Dios para el pueblo más necesitado? ¿Cuándo llegaremos a ser una Iglesia que vive los valores del evangelio y no una religión exteriorista?
Jesucristo nos invita al discernimiento, por un lado para entenderle bien lo que nos está diciendo, y por otro, para que no nos dejemos engañar. Estas advertencias de Jesucristo que escuchamos hoy hay que hacérselas llegar a todos nuestros católicos, porque muchos somos muy crédulos, nos engañan fácilmente: "Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso”.
Cosas terribles pasan en nuestro mundo: guerras, terremotos, epidemias, hambres, inundaciones, la subida al poder de personajes indeseables que nos pone a pensar a muchos, crisis económicas y sociales, etc., sólo falta que nos caiga otro meteorito como el que destruyó masivamente la vida hace 65 millones de años. ¿Cómo debemos afrontar los creyentes todas esas cosas? Esta es la pregunta que nos responde nuestro señor Jesucristo. Como Maestro nos enseña a leer e interpretar adecuadamente los acontecimientos del mundo. El creyente no debe ser un discípulo despistado, encerrado en una religiosidad ajena al mundo.
Se trata de que vivamos nuestra fe no poniendo nuestro corazón en las señales que le llaman mucho la atención a nuestro mundo. Lo nuestro es vivir los valores del evangelio, la caridad, el anuncio de la buena noticia, el trabajo por un mundo según Dios, la llegada de su reino, que ya está presente entre nosotros, como lo leemos en 17,20, pasaje evangélico de este jueves pasado. El creyente afronta los acontecimientos del mundo, así sean terribles, con entereza, con serenidad, incluso con esperanza, trabajando por hacer crecer el reino de Dios. Hoy Jesús nos llama a mantenernos firmes para conseguir la vida. San Pablo, como lo escuchamos en la segunda lectura, le pide a sus cristianos que se pongan a trabajar, que el que no trabaje, que no coma. Es que algunos tesalonicenses estaban esperando pasivamente la venida inminente de Jesucristo, y por eso ya no querían hacer nada.
Versículos más delante nos dice Jesús que se acerca nuestra liberación, que no dejemos que nuestros corazones su vuelvan pesados por la embriaguez o las preocupaciones de la vida, que nos mantengamos vigilantes, orando en todo tiempo. |