EL REINO DE DIOS ES POSIBLE
Comentario al evangelio del domingo 20 de noviembre
de 2016
Cristo Rey
Lucas 23,35-43.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
La
fiesta de Cristo rey marca el final del año litúrgico. El año litúrgico es como
nuestra caminata por la historia. Somos caminantes, y nuestra meta es el reino
eterno de Dios, en él nos encontramos con Jesucristo como nuestro rey, nuestro
jefe, nuestro guía, nuestro pastor. En realidad él no sólo nos espera al final
de los tiempos, sino que nos acompaña en nuestra caminata y nos conduce, a toda
la humanidad, como un pastor conduce a su rebaño, hacia los pastos buenos,
hacia las aguas tranquilas, hacia un mundo nuevo donde ya no reine la
injusticia, la violencia, la intolerancia, sino que sea Dios el que reine sobre
nosotros, con su ley tan sabia plasmada en los santos evangelios, plasmada en
la persona de su Hijo Jesucristo. Su reino es el reinado de su misericordia, de
su justicia, de su paz. Porque los reyes o gobernantes de este mundo que tan
bien conocemos y tanto nos duelen, no gobiernan al pueblo hacia la equidad,
hacia la verdadera paz. Todo lo contrario, es la corrupción lo que los
distingue, cada gobernante llega para llevarse su parte, la mejor parte, y
dejan al pueblo abandonado, despojado y destruido.
La
Iglesia nos ofrece este día, tres imágenes de Jesucristo rey, una cada año. En
el ciclo A, contemplamos a Jesucristo en el evangelio según san Mateo, como el
rey que trae su reino prometido para los que vivieron la caridad con sus
hermanos más necesitados; en el ciclo B, contemplamos a Jesucristo rey en el
evangelio según san Juan, un rey despojado que comparece como un criminal
frente a otro rey que goza de todos los poderes humanos; y el ciclo C, en el
que estamos ahora, contemplamos a Jesús como un rey crucificado y coronado de
espinas.
¿Nos
gusta esta imagen para un rey? Es posible que con romanticismo respondamos que
sí, porque es una imagen evangélica. Pero lo mejor es entenderla y acogerla
entrando en sus profundidades divinas.
Los
reyes o gobernantes humanos no ocupan el último lugar en su sociedad, no son
los servidores, al contrario, ocupan el primer lugar en todo, buscan ser
servidos por todos. Gozan de poder, de mando, se hacen de los recursos del país
y del pueblo, tienen todas las comodidades, no pasan privaciones, no les falta
nada, al menos materialmente hablando.
Jesucristo,
por el contrario, recorrió esta vida humana por un sendero completamente
diferente. Se encarnó en la pobreza de Nazaret; al nacer, fue recostado en un
pesebre en Belén; vivió como un predicador ambulante, de la calle, de las
casas, del monte; se hizo servidor del pueblo, no fue funcionario del templo de
Jerusalén. No ocupó ningún cargo de poder en su país ni en su pueblo. Se juntó
con los más pobres, con los enfermos, con los pecadores, con los marginados. Desde
ahí proclamó la llegada del reino de Dios y lo hizo palpable con sus milagros.
Finalmente terminó crucificado, eso sí, con una corona, como los reyes, pero
una corona de espinas.
Todas
estas condiciones a las que se sometió Jesús, no las vivió con una mentalidad
masoquista, por un mero sufrir por sufrir. Jesucristo transformó el sufrimiento
y la negación de sí mismo en una fuerza de salvación, porque lo vivió por una
causa, por la causa de Dios Padre, y a nosotros nos llama por ese camino.
Jesucristo
vino con la intención expresa de fundar un nuevo reino entre y para los seres
humanos, no un reinado más como los reinados humanos, sino el reino de Dios, el
reino de la inclusión, el reino de la misericordia, la misericordia de Dios infundida
en los seres humanos. Cuando reina la misericordia, este mundo es radicalmente
diferente. El reino de la justicia de Dios y en consecuencia de la justicia
vivida por los seres humanos. El reino de amor de Dios, igualmente vivido profundamente
por los seres humanos. Para que este reino sea posible, Jesucristo entregó
generosamente su vida desde los pobres de Galilea hasta llegar a la cruz. Ése
es el camino del reino de Dios. Por eso Jesús, como Maestro, nos había enseñado
que los que queramos seguir sus pasos tenemos que asumir su cruz renunciando
cada quien a sí mismo (vean Lucas 9,22-24). Sólo cuando el ser humano renuncia
a sí mismo, y se compromete de corazón con la obra de Dios, es cuando el reino
de Dios, el mundo nuevo es posible. Y porque ese reino llegue a todos, hay que
dar hasta la propia vida, siguiendo los pasos de Jesús.
|