Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





EN JESÚS ESPERAMOS LO NUEVO

Comentario al evangelio del domingo 4 de diciembre de 2016

2º de adviento

Mateo 3,1-12.

 

Carlos Pérez Barrera, Pbro.

 

La religión judía no era algo homogéneo. Había muchos movimientos religiosos en aquel tiempo: los esenios, los fariseos, saduceos, etc. Había judíos ortodoxos que no aceptaban más que los libros de Moisés, los demás escritos de la Biblia, no. Algunos no aceptaban el templo que construyó Salomón, el cual fue destruido en varias ocasiones y vuelto a levantar; se quedaron añorando la tienda de campaña en la que trasladaban el arca de la alianza.

Los profetas no embonaban muy bien en la corriente sacerdotal, ni en la corriente del poder judío mucho menos el romano. Juan Bautista era uno de ellos, el último antes de la presentación de Jesús. A pesar de que era de familia sacerdotal, Juan no oficiaba en el templo de Jerusalén. Se fue al desierto, a nutrir su espiritualidad en el despojo de sí mismo, en la búsqueda de la voluntad de Dios para esos tiempos difíciles en los que vivía el pueblo, oprimido por un poder extranjero, de plano como ovejas sin pastor como diría más delante Jesús. Después del desierto bajó al Jordán a predicar una religiosidad distinta de la oficial. Predicaba la conversión, un bautismo de purificación. Los judíos no se bautizaban, circuncidaban a sus niños para imponerles esa marca judía. Lo de Juan era la novedad de su tiempo. El mensaje y el bautismo de Juan iban dirigidos especialmente para los pecadores, los que tenían la humildad y el valor de reconocerlo. Por eso, cuando vio que se acercaban fariseos y saduceos, les echó en cara su hipocresía. Su bautismo y su predicación no eran lo tradicional, es decir, una religión de apariencia, una religiosidad por encima que dejaba intacto el interior de la persona. "Raza de víboras”, les espetaba en su cara. Juan en verdad no tenía pelos en la lengua, su reciedumbre se la había forjado en las privaciones del desierto. La profundidad de su espiritualidad la había conseguido en la soledad de la oración, no en los ritos vacíos.

Para nosotros los cristianos, originalmente para las comunidades evangélicas, el de Juan, entre los varios movimientos religiosos disidentes de aquel tiempo, era el precursor de la llegada de Jesús, el que traía una religión diferente, una religión de raíces profundas, la verdadera fe en el verdadero Dios, una religión ofrecida para los pobres, los pecadores, los pequeños, los extranjeros, todos los marginados y excluidos por cualquier motivo humano; y, a partir de los pobres, para todo aquel que quisiera convertirse a ellos, a la voluntad de Dios que era la inclusión.

El próximo domingo, Juan nos va a preguntar a quién estamos esperando en este tiempo de adviento y siempre, para navidad y para la plenitud de los tiempos. La respuesta la vamos a recibir del mismo Jesús. Pero hoy Juan nos dice que ese al que estamos esperando con ansias e ilusión, es el que bautiza con el Espíritu Santo y fuego. Y contrastan sus palabras con las imágenes tiernas que contemplamos en la navidad: las luces de colores, la imagen del Niño Dios, la pareja de peregrinos pobres de Nazaret, los pastores de los campos de Belén. Hoy Juan nos presenta una imagen recia del Esperado: "Hagan ver con obras su conversión y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abraham. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto, será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua, en señal de que ustedes se han convertido; pero el que viene después de mí, es más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego. Él tiene el bieldo en su mano para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.

No obstante la dureza de este mensaje, para nosotros es buena noticia. Todo lo que Dios nos envía por medio de sus voceros, sobre todo por medio de su Hijo, es buena noticia, así la acogemos. Porque las falsedades, aunque nos acaricien superficialmente, no son salvación para nadie. Lo que Dios nos ofrece, aunque sea enérgico, desde luego que sí salva, porque el Padre nos ama y no quiere el mal ni los cambios meramente cosméticos para nadie. Y la prueba más fehaciente de que nos ama, es que nos envía a su propio Hijo. Lo envió hace 2 mil años y lo continúa enviando porque él quiere que hagamos un mundo nuevo, una humanidad nueva.

 

 

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