LA ALEGRÍA DE LA NAVIDAD ES JESUCRISTO
Comentario al evangelio del domingo 25 de diciembre
de 2016
Navidad
Lucas 2,1-14.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Dicen, los que dicen
que saben, que este universo conocido tiene unos 13,700 millones de años. Le
llamo conocido porque sabemos que ahí está, aunque completamente desconocido
para nosotros los mortales. No sabemos qué hay más allá de lo que alcanzan a ver
nuestros más poderosos telescopios. Dicen también que la vida sobre la tierra
puede tener unos 3,500 millones de años. Mucho, muchísimo tiempo. El ser humano
como especie apenas si tendrá unos 100 mil ó 150 mil años. Así expresamos hoy
día nuestra fe en el poder creador de Dios. Las gentes de la Biblia, en la
diversidad de sus relatos, lo expresaron de acuerdo a los conocimientos y la
cultura de su tiempo. Una cosa es lo cultural y los tiempos, y otra nuestra fe
en el poder de Dios.
Pues bien, hay un
punto que es el más importante en todo ese transcurrir de tiempo, la
encarnación del Hijo de Dios. Si la aparición del hombre puede considerarse
como lo más perfecto de la creación de la vida, en su diversidad tan
sorprendente, la encarnación del Verbo eterno en realidad lo es muchísimo más.
Esto sucedió hace unos 2016 años aproximadamente. No sabemos el día exacto en
que esto sucedió. Como se trataba de un galileo marginal, pues aquellas gentes
privilegiadas que fueron testigos presenciales de su vida, de sus enseñanzas y
de sus hechos, no tuvieron la precaución de indagar la fecha exacta de su
nacimiento. Nosotros lo celebramos el día del sol naciente, el día en que el
sol vuelve a surgir en el hemisferio norte después de haber estado cayendo
hacia el sur y haberse estado acortando los días. Este año el sol alcanzó su
caída máxima el miércoles 21 en la madrugada, a las 3:45 hora local, y uno o
dos días después precisamente en este 24, el sol empieza a levantarse hacia el
norte y los días a crecer. Este fenómeno astronómico nos sirve a nosotros, como
símbolo para celebrar a nuestro verdadero sol naciente que es Jesucristo, el
salvador del mundo; la luz que viene a iluminar este mundo de tinieblas.
No tenemos una
manera adecuada y suficiente para celebrar tan grande misterio. Por más que
adornemos la navidad con luces, cantos y regalos, todo nos parece tan poca cosa
ante la grandeza del misterio de la encarnación del Hijo eterno. La
contemplación es el recurso con que contamos para entrar con docilidad en los
misterios de Dios.
"El Verbo se hizo carne y puso su morada entre
nosotros”, leemos en el primer capítulo del evangelio según san Juan. No sólo nos
sorprende que haya nacido, sino también la manera que Dios Padre escogió para
la venida de su Hijo: puso sus ojos en una jovencita de un pobladito
desconocido llamado Nazaret, de la marginada Galilea. Luego, por si fuera poco
este origen galileo, a José y a María les tocó viajar, precisamente en los días
del parto, a otro poblado llamado Belén, bastante retirado de su hogar, para
los medios de comunicación de aquel entonces. Ahí en Belén no tenía esta pareja
un lugar para el alumbramiento de su primogénito, por lo que tuvo que alojarse
en un establo. San Lucas menciona sólo al pesebre, un cajón o cavidad donde se
echa alimento para los animales. Si uno de nosotros le ofreciera tal cosa a un
visitante distinguido, éste lo tomaría a ofensa y desprecio, pero si el Padre
eterno así lo había dispuesto, entonces nos parece maravilloso el gesto, porque
expresa la extrema solidaridad con los pobres de este mundo, una opción divina
asumida muchos años antes de que nuestros obispos latinoamericanos hablaran de
la opción preferencial por los pobres. La salvación de Dios surge desde abajo,
desde el desamparo humano, no desde el poder y los recursos económicos.
La encarnación del
Hijo de Dios que estamos celebrando no es en realidad una fecha, sino toda una
vida humana maravillosamente vivida. La corporalidad asumida por Jesús en el
seno de María llegó a ser el modelo y la salvación de toda la humanidad, desde
su nacimiento, su infancia, su ministerio, su entrega de la vida día tras día
entre los enfermos, los pecadores, los marginados, hasta el momento culminante
de la cruz y de la resurrección. En navidad contemplamos y celebramos toda esa
vida que se vino a incrustar en nuestra historia de manera salvadora. Todo
Jesús, cada uno de sus días, cada uno de sus momentos vividos entre nosotros,
resulta salvación para la humanidad entera. Sólo contemplar a Jesús es para
nosotros una convocatoria a ser salvación para los demás.
Que esta alegría de
la navidad perdure día tras día en toda nuestra vida cristiana. El tiempo
litúrgico de la navidad pasa demasiado pronto. También el ambiente mundano de
estas fiestas. Pero la alegría de Dios esa permanece, porque Jesús ha nacido
para quedarse entre nosotros, para transformar con su fuerza y con su gracia
este mundo de odio, de violencia, de egoísmo, en un mundo de paz, de amor, de
alegría, de fraternidad, justicia y misericordia divinas, tal como lo cantamos
en nuestros villancicos navideños. Sólo hace falta que todos los seres humanos
abramos nuestro corazón al misterio de la navidad.
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