EN EL DESIERTO JESUCRISTO AFIRMA SU MISIÓN

Comentario al evangelio del domingo 5 de marzo de 2017

1º de cuaresma

Mateo 4,1-11.

 

Carlos Pérez Barrera, Pbro.

 

El primer domingo de cuaresma proclamamos y contemplamos cada año a Jesucristo en su tiempo de desierto. Escuchamos el relato en el evangelio según san Mateo pero es mucho más lo que debemos entender que lo que las solas palabras nos dicen. Esta escena de la vida de Jesús nos revela la condición de los seres humanos. Las tentaciones de desviarnos del camino de Dios están siempre al acecho. Aquí el evangelista nos habla de tres que engloban a todas las demás.

Fijémonos que las tentaciones que enfrentó Jesucristo no son tan simples como a veces las queremos ver desde una moralidad simplista. Por ejemplo, no se habla aquí de las tentaciones sexuales, que son en las que este mundo siempre piensa, y que tanto nos atraen, y que tantos dividendos les reportan a los medios que se dedican a eso. Tampoco están las tentaciones de otros pecados capitales como la gula, la envidia, la ira, etc. Tampoco están los pleitos, del mal carácter, del robo.

Las tentaciones que el diablo le pone a Jesús en el desierto y cada día, hay que entenderlas en su contexto bíblico. La primera tentación dice textualmente así: “Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. El tentador no le está pidiendo a Jesús que coma de más, o que se coma unos panes robados. No es el pecado de gula, porque Jesucristo tenía cuarenta días sin comer. La tentación que el diablo le está presentando a Jesús consiste en tratar de desviar su condición y su misión. “Si eres el Hijo de Dios”. Jesucristo podía salir de sus apuros personales recurriendo a su divinidad. Convertir piedras en panes cuando sienta hambre en cualquier momento, o en agua cuando sienta sed, o en ropa cuando sienta frío, etc. Entonces Jesucristo no terminaría siendo un verdadero ser humano si fuera a recurrir a su divinidad. También a nosotros, ante tantos apuros y problemas a los que nos enfrentamos, nos gustaría hacer uso de súper poderes, en vez de aceptar nuestras limitaciones para hacer uso de nuestra creatividad humana. Y lo más grave, consiste en que el diablo tienta a Jesús en orden de desviar su misión verdadera. ¿Cómo tiene Jesús que demostrar su condición divina? No por la vía del poder sino por la vía de la misericordia, de la entrega de sí mismo, de la humillación, de la obediencia a Dios no al diablo o al mundo, por la vía de la salvación de la humanidad. Jesucristo responde a esta tentación con la Palabra de Dios: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3). Convendría que repasáramos este pasaje del Deuteronomio para entender mejor la respuesta de Jesús.

Esto nos tiene que llevar a nosotros a reflexionar en orden a vivir el llamado que nos hace Jesús para ser sus discípulos. O vive cada quien para sí mismo, o vivimos para el proyecto de Dios que es la salvación del mundo. ¿Para qué nos dio Dios la vida? ¿Cómo vive cada uno de nosotros su vida? ¿Nos preocupamos más por nosotros mismos que por los proyectos de Dios? Contemplemos a Jesucristo.

¿En qué consiste la segunda tentación? Igualmente el diablo tienta su divinidad, pero ahora retándolo a que se arroje desde la parte más elevada del templo de Jerusalén. ¿Cómo la ven ustedes? En esta ocasión incluso el diablo hace uso de la Palabra de Dios tomada del salmo 91. Para que veamos que incluso hay quienes buscan hacer caer a los creyentes utilizando mal la sagrada Escritura. Debemos repetir que toda la Biblia sólo se entiende mirando la persona de Jesús. No se puede aplicar sin más ni más a la vida o al comportamiento un versículo de la Biblia tomado aisladamente.

¿A qué situaciones de nuestra vida corresponde esta tentación? Yo digo, además de las que ustedes alcancen a ver también, que corresponde a esa tentación que nos aparta del Dios verdadero, de buscar una protección de tipo mágico de parte de él. Por ejemplo, pensar que la religión sirve para salvarse de los peligros de este mundo, de la inseguridad pública, de las tragedias naturales, de los accidentes, desgracias, problemas económicos, etc. Esto es, que pensemos que entre más católicos practicantes seamos, más seguros podemos sentirnos en este mundo. Esto desde luego contradice la cruz de Jesucristo, y el martirio de tantos hermanos nuestros. Jesucristo responde con otro pasaje del Deuteronomio (Dt 6,16). Este libro está llamando al pueblo a no ser rebeldes ante Dios. El diablo quiere que busquemos nuestra seguridad y comodidad por encima de los planes de Dios. Qué grande tentación.

La tercera es un ofrecimiento muy tentador para cualquiera. Es el poder, la riqueza, el honor humanos. El ser humano es capaz de muchas cosas con tal de acceder a todo esto. Se rebaja, se humilla ante las bajezas, se sacrifican valores y personas. Jesucristo dijo ‘No’ de manera contundente con la Palabra de Dios: Dt 6,13. Mateo colocó esta tentación como tercera para cerrar con broche de oro: sólo a Dios hay que adorar y servir, a nadie más. Jesucristo coloca esta respuesta en el corazón de todo creyente. La cuaresma nos tiene que conducir a esto.

 

EN EL DESIERTO JESUCRISTO AFIRMA SU MISIÓN

Comentario al evangelio del domingo 5 de marzo de 2017

1º de cuaresma

Mateo 4,1-11.

 

Carlos Pérez Barrera, Pbro.

 

El primer domingo de cuaresma proclamamos y contemplamos cada año a Jesucristo en su tiempo de desierto. Escuchamos el relato en el evangelio según san Mateo pero es mucho más lo que debemos entender que lo que las solas palabras nos dicen. Esta escena de la vida de Jesús nos revela la condición de los seres humanos. Las tentaciones de desviarnos del camino de Dios están siempre al acecho. Aquí el evangelista nos habla de tres que engloban a todas las demás.

Fijémonos que las tentaciones que enfrentó Jesucristo no son tan simples como a veces las queremos ver desde una moralidad simplista. Por ejemplo, no se habla aquí de las tentaciones sexuales, que son en las que este mundo siempre piensa, y que tanto nos atraen, y que tantos dividendos les reportan a los medios que se dedican a eso. Tampoco están las tentaciones de otros pecados capitales como la gula, la envidia, la ira, etc. Tampoco están los pleitos, del mal carácter, del robo.

Las tentaciones que el diablo le pone a Jesús en el desierto y cada día, hay que entenderlas en su contexto bíblico. La primera tentación dice textualmente así: “Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. El tentador no le está pidiendo a Jesús que coma de más, o que se coma unos panes robados. No es el pecado de gula, porque Jesucristo tenía cuarenta días sin comer. La tentación que el diablo le está presentando a Jesús consiste en tratar de desviar su condición y su misión. “Si eres el Hijo de Dios”. Jesucristo podía salir de sus apuros personales recurriendo a su divinidad. Convertir piedras en panes cuando sienta hambre en cualquier momento, o en agua cuando sienta sed, o en ropa cuando sienta frío, etc. Entonces Jesucristo no terminaría siendo un verdadero ser humano si fuera a recurrir a su divinidad. También a nosotros, ante tantos apuros y problemas a los que nos enfrentamos, nos gustaría hacer uso de súper poderes, en vez de aceptar nuestras limitaciones para hacer uso de nuestra creatividad humana. Y lo más grave, consiste en que el diablo tienta a Jesús en orden de desviar su misión verdadera. ¿Cómo tiene Jesús que demostrar su condición divina? No por la vía del poder sino por la vía de la misericordia, de la entrega de sí mismo, de la humillación, de la obediencia a Dios no al diablo o al mundo, por la vía de la salvación de la humanidad. Jesucristo responde a esta tentación con la Palabra de Dios: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3). Convendría que repasáramos este pasaje del Deuteronomio para entender mejor la respuesta de Jesús.

Esto nos tiene que llevar a nosotros a reflexionar en orden a vivir el llamado que nos hace Jesús para ser sus discípulos. O vive cada quien para sí mismo, o vivimos para el proyecto de Dios que es la salvación del mundo. ¿Para qué nos dio Dios la vida? ¿Cómo vive cada uno de nosotros su vida? ¿Nos preocupamos más por nosotros mismos que por los proyectos de Dios? Contemplemos a Jesucristo.

¿En qué consiste la segunda tentación? Igualmente el diablo tienta su divinidad, pero ahora retándolo a que se arroje desde la parte más elevada del templo de Jerusalén. ¿Cómo la ven ustedes? En esta ocasión incluso el diablo hace uso de la Palabra de Dios tomada del salmo 91. Para que veamos que incluso hay quienes buscan hacer caer a los creyentes utilizando mal la sagrada Escritura. Debemos repetir que toda la Biblia sólo se entiende mirando la persona de Jesús. No se puede aplicar sin más ni más a la vida o al comportamiento un versículo de la Biblia tomado aisladamente.

¿A qué situaciones de nuestra vida corresponde esta tentación? Yo digo, además de las que ustedes alcancen a ver también, que corresponde a esa tentación que nos aparta del Dios verdadero, de buscar una protección de tipo mágico de parte de él. Por ejemplo, pensar que la religión sirve para salvarse de los peligros de este mundo, de la inseguridad pública, de las tragedias naturales, de los accidentes, desgracias, problemas económicos, etc. Esto es, que pensemos que entre más católicos practicantes seamos, más seguros podemos sentirnos en este mundo. Esto desde luego contradice la cruz de Jesucristo, y el martirio de tantos hermanos nuestros. Jesucristo responde con otro pasaje del Deuteronomio (Dt 6,16). Este libro está llamando al pueblo a no ser rebeldes ante Dios. El diablo quiere que busquemos nuestra seguridad y comodidad por encima de los planes de Dios. Qué grande tentación.

La tercera es un ofrecimiento muy tentador para cualquiera. Es el poder, la riqueza, el honor humanos. El ser humano es capaz de muchas cosas con tal de acceder a todo esto. Se rebaja, se humilla ante las bajezas, se sacrifican valores y personas. Jesucristo dijo ‘No’ de manera contundente con la Palabra de Dios: Dt 6,13. Mateo colocó esta tentación como tercera para cerrar con broche de oro: sólo a Dios hay que adorar y servir, a nadie más. Jesucristo coloca esta respuesta en el corazón de todo creyente. La cuaresma nos tiene que conducir a esto.

 

VIVAMOS PARA DIOS, NO PARA EL DINERO

Comentario al evangelio del domingo 26 de febrero de 2017

8º ordinario

Mateo 6,24-34.

 

Carlos Pérez Barrera, Pbro.

 

Seguimos repasando el sermón de la montaña, un discurso de Jesús que nos ofrece el evangelista san Mateo. Hoy nos detenemos en una enseñanza que nos produce escalofríos, como tantas enseñanzas de nuestro Señor. No me produce tantos escalofríos lo que nos dice del dinero, aunque también, sino sobre todo del abandono en la providencia de Dios.

Jesucristo dijo hace 2 mil años que no se puede servir a Dios y al dinero. En aquellos tiempos muchas personas vivían sin dinero. Pensemos, como comparación, cómo vivían nuestros ancestros indígenas hace dos mil años en este continente americano. Aún ahora, muchos indígenas en lo más abrupto de la sierra, viven sin dinero, consumen lo que producen.

Pero las gentes de esta sociedad moderna, mecanizada y cibernética, ya no nos podemos imaginar un mundo sin dinero. Si el dinero se desapareciera de repente de los bancos y de nuestros cajones y bolsillos, sentiríamos como si se hubiera acabado el mundo: ‘¿Qué vamos a hacer sin dinero?’, nos preguntaríamos sumamente preocupados. Pero la verdad es que el dinero no se come, ni se bebe, ni nos sirve para trasladarnos como los autos, ni para dormir como las camas, ni para cubrirnos como la ropa. Bien podríamos vivir sin dinero si los seres humanos tuviéramos más raíces en la creación así como los animalitos del campo. Pero nuestra imaginación no ha echado raíces en el evangelio de Jesús. Para eso nos falta muchísimo.

Como cosa de utopía, pero no irrealizable, nos invita Jesús a que pongamos nuestra entera confianza y seguridad en Dios nuestro Padre. ¿Qué tanto nos estremecen las preguntas que nos hace?: ¿por qué se preocupan por la comida, y por el vestido? Como nos hemos sustraído de la naturaleza, como nos hemos metido a una vida altamente artificial, las palabras de Jesús nos suenan por demás extrañas, o muy alejadas de nuestra vida. Pero Jesús, que es un contemplativo de la naturaleza, que ha vivido muy en contacto directo con esta maravillosa creación de Dios (recordemos que él se pasó un tiempo prolongado de desierto, sin llevar lonche, comiendo lo que austeramente se puede encontrar en el desierto), por eso para él es muy posible poner en práctica sus propias enseñanzas.

Los ejemplos que nos pone, nos deben llegar al corazón y a toda nuestra vida: Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta… Miren cómo crecen los lirios del cam­po, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en todo el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo”. Esto nos debe hacer pensar muy pausadamente y en serio.

Los seres humanos somos los únicos que dependemos del dinero para vivir y sobrevivir. La vida sobre esta tierra tiene miles de millones de años. Nosotros apenas si tendremos unos cien mil años. Pero de que nos hemos inventado el dinero e infinidad de previsiones, hará apenas unos 3 mil años. Durante miles de millones de años los seres vivos se han alimentado sin necesidad del dinero ni de tantos inventos. ¿Por qué nosotros vivimos como si dependiéramos de él?

Ahora que el Sr. Trump vive amenazando nuestra vida de manera constante, los mexicanos deberíamos de proponernos, ya no digamos vivir sin depender del dinero o de los dólares, sino al menos irnos haciendo a la idea que los frijoles y las tortillas no nos van a faltar. ¿Apoco la vida se nos va a ir si este señor se lleva las maquiladoras, y las armadoras de automóviles, y las remesas de los paisanos? Eso sí, para no caer en la delincuencia, tendríamos que inventarnos una sociedad muy solidaria. Todos vamos a comer frijoles, nada de que algunos van a querer sacar ventaja. Lo triste es que ya no sabemos vivir sencillamente. La vida y la economía se nos han complicado en extremo.

Bueno, estas cosas las pienso y las digo para provocar la imaginación evangélica. Pero lo que sí debemos llevarnos en el corazón es que no podemos servir a Dios y al dinero. El dinero, mientras lo tengamos a la mano, nos debe servir para dar a conocer el evangelio, para servir al reino de Dios, para crear un mundo como Dios lo quiere. Si nos es para eso, el dinero sólo sirve para perdernos, para fomentar nuestra ambición, para corrompernos, para destruirnos.

Y sobre la comida y el vestido, no nos compliquemos la vida. Seamos cada día más sencillos. Que nuestra primera preocupación sea el reino de Dios y su justicia. Seamos más cristianos y menos mundanos.

 

¿ES POSIBLE AMAR A LOS ENEMIGOS?

Comentario al evangelio del domingo 19 de febrero de 2017

7º ordinario

Mateo 5,38-48.

 

Carlos Pérez Barrera, Pbro.

 

Estamos haciendo una lectura continuada del evangelio según san Mateo en estos domingos del tiempo ordinario. Hemos entrado al conocido sermón de la montaña, que contiene enseñanzas muy diversas y muy sabias de nuestro Señor Jesucristo. En esta parte, Jesús nos viene haciendo un repaso de algunos mandamientos de la ley de Moisés. Ésta es la manera como Jesús nos enseña a leer el antiguo testamento. Los cristianos no podemos sacar versículos o pasajes aislados del antiguo testamento, ni siquiera del nuevo para aplicarlos sin más ni más a nuestra vida cristiana. No. Lo que tenemos que hacer es confrontar cada pasaje con la enseñanza de Jesús, con su persona. ¿Cómo vivió nuestro Maestro tal cosa que leemos en la Biblia? Esa debe ser la pregunta que acompañe nuestro estudio de la Palabra de Dios.

El domingo pasado Jesús nos dio la nueva lectura de los mandamientos sobre el no matar, el no cometer adulterio, sobre el divorcio, sobre los juramentos. Ahora nos ofrece su lectura propia y autorizada sobre el mandamiento del amor al prójimo.

Primero nos dice: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente”. Éste no es uno de los diez mandamientos de la ley antigua de Dios. Sin embargo, sí es una práctica recurrente a lo largo del antiguo testamento. Lo leemos y lo recitamos en los salmos, en pasajes de los libros históricos, hasta en los profetas. Y hasta nos provoca escándalo cuando leemos que Dios le manda a su pueblo exterminar a sus enemigos. Un ejemplo muy claro lo vemos en el capítulo 15 del primer libro de Samuel. La venganza está muy presente en el caminar del pueblo de Dios. Recordemos aquel conocido pasaje del libro de Isaías que Jesucristo leyó en la sinagoga de Nazaret: El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh” (Isaías 61,1-2). Las últimas palabras no las quiso leer Jesús para el pueblo porque hablaban de esto: “el día de la venganza de nuestro Dios”.

¿Cómo tomamos esta enseñanza de Jesús para nosotros mismos? Nos parecen impracticables. Es menos difícil aceptar que Jesús nos manda no vengarnos, no desquitarnos. Lo que es más difícil es ser dejados, llegar a ser masoquistas, que los demás nos hagan, nos maltraten, y nosotros dedicarnos solamente a recibir y recibir golpes. Así tal cual, como que no nos gusta ese cristianismo. Pero si leemos esta enseñanza en todo el conjunto del evangelio, veremos que nuestro Señor vivió su vida, no con violencia física hacia los enemigos de Dios y del pueblo, pero sí con una firme claridad en cuanto a denuncia de la maldad, del egoísmo, de la muerte que hay en el corazón de la gente del poder, de la gente del dinero, etc. Por eso lo crucificaron. Si Jesús hubiera sido un masoquista, no lo habrían rechazado, al contrario, los mismos poderosos lo habrían puesto como un ejemplo a seguir por el pueblo más pobre. Pero lo condujeron a la muerte precisamente porque no toleraron su obra de despertar al pueblo, de abrirle los ojos, de lanzarlo hacia la creación de un mundo nuevo, de una sociedad donde prive la gratuidad y no el egoísmo.

Si tenemos como fondo y como base la vida de Jesús, entonces comprenderemos que es mejor que nos hagan el mal a nosotros a que nosotros les hagamos el mal a ellos. Es mejor que crucifiquen a Jesús a que el Hijo de Dios los crucifique a ellos. Suena fuerte pero así se dieron las cosas.

Todavía más, Jesucristo nos pide que amemos a nuestros enemigos, que les hagamos el bien. Nos parece menos difícil tolerar que alguien nos haga el mal sin que nosotros respondamos de la misma manera, pero llegar a amarlos, eso como que no nos sale del corazón. Amar al que nos golpea, al que nos agrede, al que nos hace daño, no sólo a nosotros sino a toda la sociedad ¿Es posible? Si lo entendemos a fondo, sí lo es. Jesucristo nos remite a Dios nuestro Padre. Él manda la lluvia y el sol sobre buenos y malos. Dios ama a los pecadores, ésta es la obra de Jesús. No se trata de un amor romántico, sino de un amor compasivo. Sí podemos llegar, poco a poco, a sentir compasión por los que procuran el mal para los demás. Así como sentimos compasión por las víctimas de este mundo, así podemos llegar a sentirla por los mismos victimarios, porque también son víctimas de sus propias acciones, ya que se destruyen a sí mismos.

Esto no es automático, no es cosa de magia. Es necesario que el cristiano crezca paulatinamente en el espíritu de Jesús. Por ello insistimos tanto en que el estudio de los santos evangelios debe ser el alimento diario de los cristianos. Contemplar a Jesús en sus relaciones con todas las personas, los pobres, pero también con sus oponentes, es algo que va nutriendo nuestra espiritualidad.

Pidamos el santo Espíritu del Padre para que nos vaya fortaleciendo en estas enseñanzas de Jesús. Y que nos haga pregoneros para todo nuestro entorno, testigos vivientes de sus enseñanzas del sermón de la montaña.

 

 

(Los artículos de esta sección pueden ser reproducidos por cualquier medio, citando la fuente)

 

APRENDAMOS A SER POBRES

Jueves 26 de enero de 2016

Carlos Pérez B., Pbro.

 

A propósito del evangelio de este próximo domingo, y por la incertidumbre que estamos viviendo por las agresiones verbales y los mandos ejecutivos del presidente del vecino país, habría que proponernos llevar a la práctica las enseñanzas de nuestro Señor y Maestro: “bienaventurados los pobres en el espíritu”.

Si aprendiéramos a ser pobres y equitativos, podríamos compartir el frijol y el maíz que produce nuestro rico suelo en el que el Creador nos colocó a los mexicanos, y nos daríamos cuenta que es suficiente para todos y hasta nos sobra, y que no sólo producimos frijoles y tortillas, sino también peces y ganado, y muchas frutas y verduras. Pero si tenemos aspiraciones de vivir como ricos, con todos los adelantos tecnológicos que nos vienen del extranjero, aunque la inmensa mayoría no lo pueda hacer, pues entonces sí vivamos en la angustia. ¿Qué será de nosotros si al Sr. Trump se le ocurre recoger todas sus empresas maquiladoras que sólo dejan aquí ínfimos salarios? ¿Qué será de nosotros si Estados Unidos nos regresa a los millones de mexicanos que están allá sin documentos y su muro va a impedir que sigan pasando otros?

Si aprendiéramos a ser pobres, como Jesús, nada nos preocuparía. Suena muy romántico y espiritualista, pero es la verdad más profunda de Alguien que precisamente más sabe de humanidad: No anden preocupados por su vida, qué comerán, ni por su cuerpo, con qué se vestirán. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas?” (Mateo 6,25-26).

Si aprendiéramos a ser pobres, además de ser felices, diríamos que el Sr. Trump resultó ser una bendición para nosotros.

Como asunto aparte: esa terquedad del Sr. Trump de que los mexicanos debemos pagar el muro, nos parece un soberano disparate, como si uno dispusiera que mi vecino pagara la barda con la que yo quiero cercar mi casa. Yo estaría culpando a mi vecino, sin ningún juicio previo, investigación ni dictamen de un juez, que él es el culpable de que los ladrones se me estén metiendo a mi casa. ¿Eso es lo que este señor nos está diciendo? Así acostumbra lanzar culpas sin ningún fundamento.

 

(Los artículos de esta sección pueden ser reproducidos por cualquier medio, citando la fuente)

 

APRENDAMOS A SER POBRES

Jueves 26 de enero de 2016

Carlos Pérez B., Pbro.

 

A propósito del evangelio de este próximo domingo, y por la incertidumbre que estamos viviendo por las agresiones verbales y los mandos ejecutivos del presidente del vecino país, habría que proponernos llevar a la práctica las enseñanzas de nuestro Señor y Maestro: “bienaventurados los pobres en el espíritu”.

Si aprendiéramos a ser pobres y equitativos, podríamos compartir el frijol y el maíz que produce nuestro rico suelo en el que el Creador nos colocó a los mexicanos, y nos daríamos cuenta que es suficiente para todos y hasta nos sobra, y que no sólo producimos frijoles y tortillas, sino también peces y ganado, y muchas frutas y verduras. Pero si tenemos aspiraciones de vivir como ricos, con todos los adelantos tecnológicos que nos vienen del extranjero, aunque la inmensa mayoría no lo pueda hacer, pues entonces sí vivamos en la angustia. ¿Qué será de nosotros si al Sr. Trump se le ocurre recoger todas sus empresas maquiladoras que sólo dejan aquí ínfimos salarios? ¿Qué será de nosotros si Estados Unidos nos regresa a los millones de mexicanos que están allá sin documentos y su muro va a impedir que sigan pasando otros?

Si aprendiéramos a ser pobres, como Jesús, nada nos preocuparía. Suena muy romántico y espiritualista, pero es la verdad más profunda de Alguien que precisamente más sabe de humanidad: No anden preocupados por su vida, qué comerán, ni por su cuerpo, con qué se vestirán. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas?” (Mateo 6,25-26).

Si aprendiéramos a ser pobres, además de ser felices, diríamos que el Sr. Trump resultó ser una bendición para nosotros.

Como asunto aparte: esa terquedad del Sr. Trump de que los mexicanos debemos pagar el muro, nos parece un soberano disparate, como si uno dispusiera que mi vecino pagara la barda con la que yo quiero cercar mi casa. Yo estaría culpando a mi vecino, sin ningún juicio previo, investigación ni dictamen de un juez, que él es el culpable de que los ladrones se me estén metiendo a mi casa. ¿Eso es lo que este señor nos está diciendo? Así acostumbra lanzar culpas sin ningún fundamento.